El
año 1450 el condottiero Francesco
Sforza, veterano soldado y marido de la legítima sucesora de Filippo María
Visconti, era nombrado y aclamado duque por la población de Milán. Sin embargo,
no era el único pretendiente a su recién conquistado asiento ducal: Sforza se
encontraba ahora con las reivindicaciones de nada menos que el rey de Francia,
motivado por un matrimonio del siglo pasado entre Valentina Visconti y Carlos de
Valois, y el rey Alfonso de Aragón, quien por aquel entonces había terminado su
larga conquista del reino de Nápoles. La situación se complicaba por el llamativo
silencio del emperador alemán, nominal señor de las tierras italianas, el cual
no hizo nada por confirmar el puesto de duque de Sforza, una situación que duraría
hasta el reinado de Ludovico Sforza “El Moro”, en el siglo siguiente.
Papa Nicolás II, por Pedro Pablo Rubens. Wikimedia Commons |
Enfrentado
con este preocupante escenario, Sforza resolvió que el único camino adelante
era crear su propia red de reconocimiento de su poder. El primer paso fue
ganarse el apoyo del Pontificado: a través de un indulto, el Papa Nicolás V
legitimaba al antiguo condottiero
señalando que Francesco era duque de Milán nada menos que por decisión divina.
El
siguiente paso fue conseguir la aceptación de los demás poderes italianos: la
legitimidad interestatal. Para ello Sforza usaría el temor a la guerra y la
necesidad de paz a su ventaja: la firma de la paz de Lodi con Venecia en 1454,
acuerdo que petrificaba las fronteras orientales del ducado milanés, fue el
inicio de la pacificación generalizada de la Península, estableciendo acuerdos
con el reino de Nápoles, el Pontificado, Florencia y a Ferrara. Todo ello
llevaría a la creación, en 1455, de la Liga Itálica. La Liga Itálica reconocía
la imposibilidad de unificación peninsular y la necesidad de cesar las continuas
guerras de los últimos decenios.
Servía,
además, para consolidar la posición de Francesco Sforza, ahora un punto
fundamental de una liga inter-estatal dedicada a la estabilidad. Por supuesto,
para ello resulta fundamental la estrecha comunicación entre las diversas potencias,
he ahí la aparición del embajador residente, figura clave para las intensas
relaciones diplomáticas llevadas a cabo entre las diferentes fuerzas. En este
nuevo mundo que Sforza ayudó crear, de nuevo se erigiría como un poder
importante, teniendo a su cargo una de las más eficientes redes de espías de la
Península.
Tras
la conquista de Milán y el establecimiento de la Liga Italiana, Francesco se
dedicaría a fomentar su política interna, para ello dedicando considerable
esfuerzo a la construcción de un palacio-fortaleza, el Castello Sforezco. Francesco no sería el gran mecenas que varios de
sus sucesores sí fueron, pero sí estableció las bases de que permitirían a
estos dedicarse a la política cultural.
Francesco,
primer duque Sforza de Milán, moriría en 1466 tras padecer varios años de edema
y de la gota. A su muerte su amplio legado pasó a pertenecer a su hijo Galeazzo
Maria Sforza, el segundo eslabón de una dinastía que duraría hasta 1535.
La
importancia de Francesco en la historia del Bajo Medievo-Renacimiento italiano
es considerable. Pertenece plenamente a la última fase de desarrollo del
fenómeno histórico de los condottiero.
No fue el primero en acabar con un extenso patrimonio; tras la muerte de Gian
Galeazzo Visconti en 1402, sus condottieri
se repartieron despiadadamente su territorio, creándose pequeños feudos
personales, a veces de hasta varias ciudades. Pero ninguno llegó al grado de
Francesco Sforza, quien no solo conquistó el más extenso territorio, nada menos
que el Gran Ducado de Milán, sino que fue el único en crear una dinastía que
sobreviviese su muerte. Lo remarcable, por tanto, es el grado del triunfo de
Sforza, la escala de su victoria. Por otro lado, al contribuir Sforza tanto en
la creación de la Liga Itálica, con el interés de reforzar su posición ducal, ayudó
a la estabilización de la Península Italiana durante la segunda mitad de siglo
y a cerrar la puerta para que otros condottieri
pudiesen beneficiarse de las guerras y erigirse con el poder como Sforza.
Así
es como Francesco Sforza, además de ser el condottiero
más exitoso, fue quien sellaría el destino final de las compañías de
mercenarios italianos.
Retrto de Francesco Sforza, por Bonifacio Bembo, c. 1460. Wikimedia Commons |
REFERENCIAS:
Gamberini,
A. (2012): “Francesco Sforza. Un condotiero de éxito”, Desperta Ferro. Antigua y medieval, No. 16, 46-51.
Ilardi, V. (1959): “The
Italian League, Francesco Sforza, and Charles VII (1454-1461)”, Studies in the Rennaisance, Vol. 6.,
129-166
Menniti Ippolito, A. (1998): Dizionario Biografico degli Italiani, Vol.
50. Disponible en: http://www.treccani.it/enciclopedia/francesco-i-sforza-duca-di-milano_%28Dizionario-Biografico%29/
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