La importancia de los nuevos medios de comunicación para la divulgación de la Historia.

Recientemente hemos vivido una revolución tecnológica, una revolución que nos ha cambiado más de lo que comúnmente nos gustaría confesar. Pero la realidad es que incluso los luditas que ahora mismo lean esta página y se declaren en contra de tal conclusión están leyendo un blog a través de un aparato conectado a Internet. Hoy día no nos imaginamos ya un mundo sin el rápido acceso a información (y desinformación) a través de un teléfono móvil que tiene entre sus funciones la telefónica entre las menos utilizadas. Intenta, querido lector, pasar un día sin usar tu móvil, o tu ordenador, o tu SmartTV, o tu videoconsola, o cualquiera de los mil aparatos que se fabrican todos los días para facilitar tu integración, y si no tienes cuidado absorción, en el mundo interconectado de la actualidad.

Inténtalo. Es difícil.

Pero que no haya ningún engaño; pese a lo dicho, no tengo nada en contra de las nuevas tecnologías. Son omnipresentes para nuestra sociedad, incluso necesarios. Sobre todo para las generaciones más jóvenes, los llamados “nativos tecnológicos”       que no conciben un mundo sin YouTube o Facebook, sin Google o Whatsapp; el autor mismo de esta página te puede asegurar que solo a duras penas recuerda una época anterior a Wikipedia. Menciono todo esto para resaltar el hecho de que estamos en un mundo en constante evolución, una evolución notablemente rápida que avanza a tal velocidad que cada tres o cuatro años crea importantes brechas de comunicación entre las personas. Por ejemplo, sigo sin entender TikTok, o siquiera si sigue vigente.

Es un mundo de relaciones tan vasta, tan profunda y siempre alterándose. Sólo hay que ver las continuas “crisis” que asolan Twitter por una razón u otra, rápidamente olvidadas y reemplazadas. Quizás si alguien se encuentra lo suficientemente perdido como para leer este texto dentro de unos pocos años pensará que estas palabras han envejecido horriblemente.

Existe un nombre para estas tecnologías: Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC, para abreviar), que cuenta con su propia definición: herramientas teórico-conceptuales, soportes y canales que procesan, almacenan, sintetizan, recuperan y presentan información de la forma más variada. Suponen un cambio en la educación, en las relaciones interpersonales y en la forma de difundir y generar conocimientos. Quisiera atraer la atención de nuestro agraciado lector a la última parte: un cambio en la educación, relaciones interpersonales y en la forma de difundir y generar conocimientos. Esto, en mi opinión en vital para entender la relación entre TIC e Historia.

Como historiador, veo la revolución tecnológica de la misma manera que un historiador contempla cualquier cambio social: con cierta aprehensión, curiosidad e intentando averiguar a dónde puede llevar esto y a qué se debe. Un historiador, al contrario que los sociólogos o los antropólogos, frecuentemente se siente un poco abrumado por eventos históricos ocurriendo en tiempo real. No estamos acostumbrados, nos parece sospechoso.

Sin embargo, y naturalmente, nos afecta. Las nuevas tecnologías, así como están afectando a la sociedad en general, afectará la visión que se tenga de la Historia. Afectará la manera en que se investigue la Historia y afectará cómo la divulgación de la Historia. Y sobre ese último punto nos centraremos para el resto de esta página, aunque naturalmente los tres están muy relacionados.

Las TIC conectan y dividen, informan y mienten. Son abrumadoras, tanto en contenido como en posibilidades. Y por ello el historiador debe introducirse en el mundo de las TIC y debe emplearlas para divulgar el verdadero conocimiento histórico que fomente el sentido crítico y comunique a la población general qué es y cómo se hace la Historia.

Es demasiado frecuente, desde el punto de vista de un historiador, encontrarse con libros, artículos, blogs, vídeos, películas, documentales, etc. elaborados por profesionales que no entienden realmente la historia, o que presentan una versión de los hechos falsificada y sin contrastar. La democratización de la Historia que han supuesto las TIC ha hecho que más personas tengan acceso a la Historia, tanto para aprender de ella como elaborarla para un público. He ahí que al principio haya enfatizado que los nuevos medios de comunicación también practican la desinformación, con una frecuencia entristecedora.

Por estos motivos, en este mundo en evolución rápido y constante, deben los historiadores emplear plenamente y sin tapujos los nuevos medios de comunicación para la divulgación histórica, para enseñar al público general lo que supone la Historia y proporcionarle el herramental conceptual para discernir entre lo histórico y los pseudo-histórico.

¿Y por qué no iban a hacerlo? Las TIC suponen un acceso a mayor cantidad de información fácilmente disponible, facilitan una mayor integración del estudiante en el proceso de aprendizaje (piensa en todos los quizzes virtuales, o la experiencia de meterte a Wikipedia y seguir pulsando enlaces hasta el infinito), y suponen un medio cuya evolución constante permite al historiador un enorme grado de flexibilidad y adaptabilidad en su proceso divulgativo. Y éstas son sólo las características más básicas y esenciales que cualquiera con sentido común podría ver: las posibilidades son realmente infinitas si uno pone interés, atención y esfuerzo.

Y de hecho los  nuevos medios tecnológicos están siendo utilizados por una amplia gama de ciencias, tanto tecnológicas como las humanas en las que se inserta la Historia. Si el mundo está cambiando, si los medios de comunicación se están alterando y si la manera que hoy día tenemos de percibir el mundo está cambiando (un debate para otro día, por cierto), los historiadores tienen la obligación de utilizar los nuevos medios para la divulgación. Y no digo esto a la ligera; tradicionalmente, y aun hoy día, los historiadores son vistos como una raza de intelectuales incomprensibles para la “gente normal”, hecho que vuelve obligatorio la inserción de los periodistas y los lingüistas para “interpretar y difundir” el mensaje arcano de los historiadores.

Una auténtica y general comprensión de la Historia depende de la capacidad de transmisión de las ideas centrales de los procesos históricos: hoy día, con la disponibilidad y flexibilidad de los nuevos medios de comunicación, es posible comunicar con el público y enseñarle. No idiotizándolos ni asumiendo su posesión de una cátedra, pero de “tú a tú”, de individuo a individuo. Es el principio de la enseñanza colectiva, en que cada uno ofrece aquello que sabe. Sean historiadores, físicos cuánticos, electricistas o carpinteros, cada uno puede emplear los medios de comunicación para transmitir lo que conoce a los demás. Y enseñar debe ser comprensivo: el aprendizaje depende de los dos lados haciendo un esfuerzo. No consiste en depositar el estudiante en un mar de referencias historiográficas por parte de un historiador, así como un electricista no aconsejaría empezar a manejar cables sin cortar la corriente.

Si tuviera que resumir todo esto en unas conclusiones, señalaré que actualmente tenemos a nuestra disposición los medios para comunicarnos con más gente, mejor, y más rápido de lo que nunca hemos podido con anterioridad. Es una oportunidad para los historiadores que no debemos dejar pasar de largo. Y en un panorama global en que crece la desinformación a la vez que el conocimiento, en que más información está llevando a menos certezas, la Historia como ciencia tiene el herramental teórico y conceptual necesario para analizar críticamente el mundo que nos rodea.

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